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Columnistas  |  28 septiembre de 2021  |  12:00 AM |  Escrito por: Manuel Gómez Sabogal

ARMENIA SOLÍA SER... POR JAIME HOYOS, M.D.

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Manuel Gómez Sabogal

Por Manuel Gómez Sabogal

El 5 de diciembre de 2014, el médico Jaime Hoyos me envió al correo este texto “Armenia solía ser…”. Hoy, deseo compartirlo, pues considero que sigue vigente. Jaime hizo una descripción exacta de Armenia en el 2014. Pero creo que 7 años después, todo sigue igual o peor…Ahí queda ese interesante texto.

El médico Jaime Hoyos falleció el 12 de junio de 2015.

“No nací en Armenia. Cuando llegué ya estaba hecho y derecho. Fue poco antes del terremoto. Y entre la bruma de los recuerdos se diluyen muchos detalles de lo que Armenia solía ser. Pero muchas cosas han cambiado.

El clima, por ejemplo. Lo recuerdo soleado, frecuentemente soleado. Con un calorcito agradable, más bien seco, sin bochorno. Con días luminosos, desde muy temprano, y tardes veraniegas que se resistían a oscurecer. Hoy ya no se sabe. Cada día trae su sorpresa... Pero suele acontecer que los días grises, húmedos, lluviosos, se sucedan unos a otros, sin dar tregua para tomarse un poquito de sol.

El centro ya acusaba la típica congestión de todas las ciudades, pero no era ese hervidero de gente, caótico y amenazante que se topa uno a bocajarro apenas se está acercando. Sus calles, siempre en obra negra, parecieran no poder alcanzar nunca el estado apacible que bien merecen las calles de este bello pueblo, y en cambio remedan ese aspecto deprimente de lo que queda a medio hacer y así se queda. Per secula seculorum.

El ruido ensordecedor satura todos los rincones. Ni en zonas residenciales se libra uno del ulular incesante de las sirenas de las ambulancias, del ruido insoportable de las alarmas de los carros disparadas por cualquier causa inofensiva, del ruido trepidante de los grandes motorizados, del rugido abusivo de las motos llevadas al límite o de la incesante letanía de vendedores que anuncian productos como si lloraran a voces sus difuntos.

El parque Fundadores tenía un aire bucólico que lo hacía especialmente agradable y acogedor. No como ahora, con sus nichos de agua resecos, y convertido en simple corredor de muchedumbres que van y vienen sin detenerse siquiera a honrar el monumento a sus propios fundadores. Sus calles, entretanto, se ahogan de carros mal parqueados los unos y ruidosos e impacientes los demás, que transitan sin miramiento alguno por los caminantes.

Salir a la calle se ha vuelto odisea. Y riesgoso en extremo. No hay día sin accidentes. No hay días sin muertos. La parca cobra su cuota por derecha. Y ni siquiera es sólo por culpa de la mala laya de unos cuantos, sino por la desidia de todos. Cada día las motos idas al traste dejan su estela de heridos y lisiados que las pólizas del SOAT apenas sí logran recuperar en sus inicios. De la delincuencia ni hablar... ¡Tenemos tantos males en tan poquita tierra!

Y creo que podría seguir. Pero no me compete enumerar todo a mí. Ni enunciarlo. Ni anunciarlo. Tal vez sí pueda en cambio dolerme. Me hice viejo en estas tierras. Y mi semilla crece aquí: mis hijos cuyabritos. Como los suyos y los de aquel. Pero hacerme viejo mientras veo palidecer la herencia de esos fundadores ya cantados, viendo deteriorarse este hermoso vividero y viendo como la calidad de vida empeora con el tiempo no es poca cosa. Yo también quiero plañir a grandes voces por lo que se fue y más nunca volverá”.

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