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Cultura  |  06 septiembre de 2021  |  12:00 AM |  Escrito por: Edición web

ALFONSO VALENCIA ZAPATA: profeta en su propia tierra

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Gloria Chávez Vásquez

La vida de Alfonso Valencia Zapata concluyó en la frontera de un siglo con otro. ¿Un fin o un comienzo? Con ello marcó territorio y dejó huella. Una huella muy profunda y difícil de emular, en su ciudad natal y en el departamento que él mismo ayudó a crear. Quizás hubiese atravesado la barrera de los cien años si no hubiese sido por el accidente que le cegó la vida. Agosto pasado fue el 104 aniversario de su nacimiento en el pueblo que fue y ahora es ciudad y capital.

Contrario al dicho de que “nadie es profeta en su propia tierra”, en vida, Valencia Zapata fue reconocido por su relevante papel como historiador, periodista, escritor, líder, y muchas otras obras que constituyen su gran legado: Orden al Mérito Universitario-Gran Cruz de La Universidad del Quindío; Medalla de la Asociación de Escritores Latinoamericanos; Botón de oro del Círculo de Periodistas del Quindío; Bastón de los Cien Años de Armenia; Medalla al Mérito del departamento del Quindío entre otros reconocimientos.

Alfonso Valencia Zapata era un gran maestro. Como emigrante desde 1970, a él le debo el haber mantenido lazos con mi cultura y con mi gente. Desde 1984 sostuvimos una correspondencia amena e informativa que me traía noticias de la Armenia y el Quindío que apenas recordaba, y cuya imagen se iba transformando con la velocidad del tiempo. Me enviaba libros que otras veces me obsequiaba durante mis visitas, acompañadas de su invitación al almuerzo típico en uno de sus restaurantes favoritos.

Uno de nuestros temas de conversación fue El conde del Jazmín. De ahí que Alfonso fuera también mi inspiración para mi crónica novelada sobre ese personaje. Biografía que él ya había resumido en uno de sus amenos cuadernillos y que junto con sus “Letreros de tiendas, fondas y sanitarios” atesoro en mi biblioteca itinerante. Como homenaje lo situé a él y a German Gómez como dos de los personajes en la ficción. Era también mi consultor cuando necesitaba datos para los artículos que, sobre Armenia, el Quindío o Colombia escribí en Noticias del Mundo, en El Diario-la prensa y otras publicaciones en Nueva York y Los Ángeles.

De pocas palabras, Alfonso, impecable, de traje y corbata, mantenía una agenda llena pero un ritmo de vida armonioso: Cumplidor, preciso, puntual. Era hombre de acción. Un Napoleón de la pluma que como buen quindiano, deducía la tranquilidad de su familia.

En cierta ocasión en que vine interesada en reportar sobre la obra de Rodrigo Arenas, Alfonso se me apareció con fotos y el producto de una investigación, que ya envidiarían Google y Wikipedia. En nuestra correspondencia solo tenia que dejarle saber lo que me inquietaba que en su próxima carta llegaban las respuestas. Periodista hasta la médula. Historiador de tiempo completo, pienso que hasta se comunicaba con los espíritus de los antepasados si era necesario para obtener su información.

Recuerdo el día en que me invitó a la sede inicial de la recién fundada Academia de Historia donde era secretario y tesorero. Con orgullo de padre me enseñó los archivos de los periódicos editados hasta entonces en el departamento, y los libros que habían ido recopilando con la paciencia de las hormigas. “Por un tiempo, Alfonso fue la Academia de Historia”, me dice Betty Martínez, su nuera, actual presidente del Círculo de Periodistas del Quindío y esposa de Diego Valencia. Con pesar me informa que muchos de esos archivos perecieron en el terremoto. Desde entonces la práctica ha sido la digitalización.

La ciudad se reconstruyó en pocos años, pero su naturaleza nunca fue la misma. La Armenia donde había nacido Alfonso Valencia y en la que durante 60 años laboró en un periodismo objetivo y trasparente, era ahora una mezcla de villa universitaria y santuario de los desplazados y refugiados de Colombia y Venezuela. La ciudadanía autóctona también desaparecía, muchos como emigrantes y otros, víctima de los males causados por la violencia humana o los desastres.

misión de Alfonso Valencia consistió en reportar lo bueno y lo malo con optimismo y esperanza; en hurgar en la historia, para no dejar que las futuras generaciones olvidaran el pasado; en resaltar el esfuerzo que habían invertido los colonos, entre ellos sus padres, José Jesús Valencia y Rosa Antonia Zapata, para levantar su familia en una ciudad que el poeta Guillermo Valencia calificó un día, de “Ciudad Milagro”, no por sobrevivir a los desastres, sino por su avidez de progreso.

Alfonso Valencia formó parte del grupo de quindianos que vigilaba el crecimiento y madurez de la ciudad. Entre periodistas, políticos, comerciantes, empresarios, y muchos otros líderes de ese entonces que llevaban la voz cantante, Alfonso era la fuerza del silencio, pero una voz poderosa en las letras. Escribió para periódicos, revistas, y otras publicaciones, algunas editadas por él mismo. Vivía de la noticia, escribía para los noticieros (Antena de Colombia) y siempre estuvo ahí para las funciones, eventos, de la asamblea, de la gobernación, de Academia de Historia, del Círculo de Periodistas. Trabajó a la par con personajes como Leonel Herrera Castaño, Jorge Eliezer Orozco, German Gómez y fue testigo de la censura criminal a periodistas como Celedonio Martínez y Ernesto Acero. Su amistad desde la escuela allá en Riosucio, con Otto Morales Benítez, escritor y político de relieve nacional, fue crucial para la gestión de la creación del departamento.

Zapata dejó un gran referente en su edición de Quindío Histórico fuente de anécdotas, crónicas, artículos y reportajes sobre temas como la topografía, la orfebrería indígena, producto de su trabajo y el de otros historiadores natos como Ramón Correa, Cornelio Moreno y Valentín Macias. El ejemplar que guardé por muchos años, es ahora un texto y una presencia en manos de Alister Ramírez, profesor en la universidad de Nueva York y miembro de la Real Academia en Estados Unidos.

“Alfonso era una cantera de conocimiento” uno de los imprescindibles en la formación de la institución nos dice Gabriel Echeverri González, abogado cofundador, actual vicepresidente de la Academia y autor de la serie de artículos “Me encontré en la vida con… uno de los cuales resume la del periodista e historiador.

Quizás, como escribió el antropólogo Roberto Restrepo Ramírez, Alfonso Valencia Zapata fue el “Ermitaño de la cultura” en el Quindío. Ecos de una vida pasada, captada en la personalidad del hombre que sentó los cimientos de la cultura en el eje cafetero.

Pero más que un profeta, un ermitaño o una cantera de conocimiento, Alfonso Valencia Zapata fue el sembrador de una semilla que prendió con tesón y que florece ansiosa en la cultura quindiana. Como precursor, se hubiera sentido muy orgulloso de la formidable labor que adelantan los directores, miembros, y colaboradores en la Academia de Historia y de El Circulo de Periodistas. Después de haber visto en ruinas su trabajo de muchos años a causa del terremoto del 99, su espíritu vive para saber que se trata del sacrificio que la vida impone para dar paso a la renovación.

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