Por El Flaco Jiménez

Acabo de leer las primeras veinte páginas de anticipo donde el joven autor, Arnold Bherggastokan, sicólogo de la escuela negacionista, defiende al famoso Fhurer demostrando que fue una víctima del bulling.

Adolfo tuvo una niñez atormentada por las burlas de sus condiscípulos que lo llamaban alfeñique, muñeco de torta y pichacorta, insultos que atrofiaron la personalidad del brillante jovencito hasta el punto que no creció, ni le creció la picha; ni siquiera le creció el bigote.

El despreció más doloroso para el pequeño gran hombre provino de Herman Schulzum un niño rubio de ojos azules, estampa viva de la belleza aria, quien no le aceptó a Hitlercito un bombón de coco en el recreo.

Según el sicólogo e historiador Bherggastokan, la grandeza de Fhurer estriba en que no guardó resentimiento y por el contrario se convirtió en el principal devoto y admirador de esos machos arios que lo menospreciaron.

Pero a quien no perdonó nunca el futuro dictador fue a un viejo tendero judío que no le quiso fiar talco mexana para bromidrosis. Hitler tomó la determinación de acabar con los judíos en cien días, pero no los agarró a piedra que es arma de vándalos sino a punta de pistola Taser y si otros ciudadanos no judíos, cayeron también en la matazón, fue por balas perdidas, o por manzanas podridas, o porque estaban ahí. Pero en todo caso no estaban cogiendo café porque en Alemania no se produce café.

Por muchos errores de procedimiento que haya cometido Hitler, no se justifica la vil respuesta de los aliados que, con sevicia y vandalismo, incendiaron el CAI de la Gestapo en Berlín y obligaron al pequeño gran hombre a suicidarse en plena flor de su existencia, cuando aún tenía tanto para dar.

El libro promete muchas polémicas y pronto estará en las librerías colombianas, con traducción de José Obdulio Gaviria y prólogo del otro hombrecito pequeño que se hizo grande en la historia universal. (de la infamia).