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Cultura  |  28 agosto de 2021  |  12:00 AM |  Escrito por: Edición web

Al poeta le faltó solo una palabra

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A la memoria de Carlos Alberto Castrillón

Por Esperanza Jaramillo

Siempre que tuve la oportunidad de escuchar a Carlos Alberto Castrillón me preguntaba qué circunstancias felices coincidieron para que tuviéramos el privilegio de conocer a este hombre grande, inmenso en la palabra, profundo en la idea, inquisitivo en el conocimiento. ¡Qué fortuna la nuestra! Su elección fue compartir su saber y consolidar una obra literaria, que ha tocado vidas y trascenderá en el tiempo. Ante la incógnita de la muerte y su manera de partir, pienso que este escritor de extraordinaria lucidez merecía haber llevado en sus retinas la imagen de la belleza que, entre tanto ruido, rescató.

Le confirió a su vida y a su pensamiento la ética y la disciplina del guerrero; condiciones que lo llevaron a ser adusto, sobrio y franco como ninguno: se apartó de manipulaciones de cualquier naturaleza. Decía lo preciso, lo justo, y después se retiraba discretamente de los espacios donde había sido convocado.

Cualidades que valoré, porque yo sabía que si rechazaba uno de mis proyectos, ese contenido no debía ser publicado. Y quedaría convencida de haber recibido la lección contundente e inolvidable de quien intuyó en la palabra el ritmo secreto de su origen ancestral.

Durante algún tiempo lideré, a nombre de una entidad cultural, un ciclo de conferencias literarias. Lo invitaba cada año para iniciar el programa, segura de que Carlos Alberto le imprimiría a su disertación el sello de la excelencia. Su sello. En febrero de 2020 dictó una charla inolvidable titulada “La música, la poesía y todo lo que va por el aire”. Me conmovió profundamente porque jamás pensé en el aire como dócil mensajero del arte y multiplicador en su viaje estético. Habló de Debussy, del jazz, del efecto somático de la música, del sonido no definible con palabras, de la sinestesia en la literatura y de la relación entre la música, el color y la imagen.

Me emocionaron tanto sus asociaciones y el carácter casi místico que le confería a la música y la poesía que de inmediato le manifesté lo hermosa que me parecía aquella frase: “todo lo que va por el aire”. Me comentó que se trataba de un verso en un poema suyo titulado “Orient tres tornillos”. Se comprometió a enviármelo después porque le faltaba una palabra. En un intercambio de correos, unos meses más tarde, le recordé mi deseo de conocer el poema; de nuevo me contestó que aún no había encontrado el término preciso.

Lejos estabas de saber que tu muerte vendría también por el aire, llegaría lenta con sus dardos y en sigilo. Te tocó inmisericorde el dolor. Tal vez en ese regreso al principio, a la nada, descubrirías la música antigua de una flauta dulce, para fundirte en el amarillo y el naranja del primer atardecer del mundo, o en la serena melancolía de un blues.

Maestro: gracias por la lección de tu vida fraguada a pulso en la llama azul de la inspiración. No te olvidaremos, marcaste un camino imborrable en la arena de esta tierra. Es de absoluto mineral el centro de la estrella cuando se apaga. Te faltó, poeta, solo una palabra.

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