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Cultura  |  21 junio de 2021  |  12:00 AM |  Escrito por: Edición web

Cuentos de la tía Clara

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Helí Calvo, el más tragón de Manizales

Por El Flaco Jiménez

Uno de los personajes que más recuerda mi tía Clara, es el gordo heliogábalo Calvo, de Amagá.

Su nombre verdadero era Heli Calvo pero sus amigos del Club de Barrigones de Amagá eruditos y cultísimos como todos allá, lo apodaron Heliogábalo en recuerdo del emperador romano, famoso por su glotonería.

Un banquete del emperador incluía lengua de ruiseñor en salsa de amapola, caldo de tominejo y lentejas rellenas de carne de trompa de elefante.

Pero, lo que más apetecía al emperador eran las salchichas romanas y se dice que escogía a sus ministros de acuerdo al tamaño de las mismas.

Estas inclinaciones eróticas del emperador, así como sus platos refinados le parecían una solemne maricada a Helí, que siempre fue muy macho y por encima de todo prefería la arepa antioqueña, aunque estuvo a punto de repudiarla cuando le dijeron que era un manjar vernáculo.

--Helí era hijo único en esa época en que la docena de hijos era lo más normal del mundo. Su padre no quiso obedecer el mandato bíblico: Creced y multiplicaos, ni la antioqueña costumbre de preñar cada año a la mujer.

--Qué raro tía. ¿Y eso por qué?

--Porque cuando Helí estaba recién nacido se pegó de las tetas de la madre con tanto apetito que hubo que quitarlo a la fuerza con ayuda de dos enfermeras y el médico.

Durante una semana Doña Encarnación quedó sin gota de leche y hubo que traer nodrizas de reemplazo. pero una distinta cada día porque también las dejaba secas.

Todos supieron entonces que el niño se iba a comer rápidamente el patrimonio familiar y que tener más hijos era traer criaturas indefensas a aguantar hambre en este mundo.

Y así fue. Muy pronto tuvieron que vender la finquita para darle de comer al pequeño depredador y cuando cumplió seis años tenían que enviarlo los fines de semana de visita donde familiares, que, al día siguiente, lo devolvían argumentando que era más fácil llenar el inodoro de un tren.

Cuando llegó a la pubertad lo mandaron a trabajar a fincas vecinas donde a pesar de ser buen jornalero no duraba mucho porque salía caro por la comida, según decían los granjeros que a la hora del almuerzo se comía dos gallinas, tres plataos de sancocho, diez arepas y medio racimo de bananos con una pucha de leche.

Cuando ya nadie le quiso dar trabajo en Amagá, resolvieron venirse a Manizales en busca de otros anfitriones porque decían que Manizales era tierra de abundancia. Así se vinieron arrasando con Angelópolis, Fredonia, Titiribí, Betania, Hispania, Urrao, Támesis, Tarso, Valparaíso, Titiribí, Caramanta y Jericó, lugares donde hoy todavía los lugareños si de pronto llega alguien de Amagá, le echan candado a la nevera y se tiran al monte.

Aquí en Manizales nadie le dio trabajo porque ya habían llegado las noticias de su apetito voraz, pero gracias a dios había mucho monte sin dueño y así fue como Helí se dedicó a tumbar árboles para sembrar maíz como todos los colonos.

Se iba a las cuatro de la mañana con el hacha al hombro y con los meros tragos de aguacafé en el estómago y la mamá se quedaba lavando ropa ajena para comprar el diario.

A las cinco de la tarde llegaba Helí, transido del hambre y doña Encarnación, su madre, le tenía el desayuno en la mesa tapado con una servilleta, tal como lo había servido a las ocho de la mañana y con otra servilleta estaba tapado el almuerzo tal como lo había servido a las doce del día.

Heliogábalo se los tragaba, así fríos, en riguroso orden. Primero los huevos pericos con sus dos arepas planchas y el chocolate con pandebono y buñuelos y luego el platao de sancocho de yuca, papa y plátano con carne sudada, acompañado de arepa redonda, arroz y tajadas de maduro. De sobremesa venía la mazamorra con panela.

Cuando terminaba estas dos comidas, ya no se podía parar de la mesa, porque eran las seis de la tarde, hora de los frijoles que le traía doña Encarna con carne molida, pezuña de cerdo, chicharrón carnudo, patacón pintón, arroz y más arepas.

En el corredor de la finca se tomaban el café y rezaban el rosario antes de acostarse. Media hora después, doña Encarna le llevaba la merienda a la cama que consistía en una tazada de aguapanela caliente con arepa de chócolo y media libra de queso para que no se levantara a medianoche a reblujar la cocina.

Cuando le preguntaban a doña Encarna por la salud de su hijo contestaba que estaba gordo y colorado. Lo cual quería decir que estaba muy saludable pues en aquella época gloriosa, la gordura era signo de salud, de riqueza y de hombría. Un hombre que pese menos de cien kilos es un muñeco, decía Helí. Los escuálidos no imponen respeto a nadie.

Un poeta de Manizales que había estudiado latín en Popayán y que admiraba el porte de Helí, lo bautizó Gargantúa, en honor al gigantesco héroe francés, pero los vecinos lo llamaban simplemente Tragaldabas y con ese nombre artístico se hizo famoso en Ecuador donde representó al país en un concurso gastronómico y quedó de segundo, al comerse cincuenta tamales en una sentada. El ganador fue un luchador de Sumo japonés.

Dos años después, en unas fiestas de Manizales, hubo un gran campeonato internacional con participantes de todo el planeta, especialmente de Estados Unidos, que son los más tragones del mundo.

Todos los viejos recuerdan ese evento porque nuestro grandioso Helí, defendió la localía, y sacando su garra montañera, derrotó al imperialista yanki y le dio una gran alegría al país, que tanto la necesita.

Esa noche llegó a la casa borracho con el trofeo en la mano y les contó a su mujer y a sus doce hijos que gracias a un entrenamiento riguroso había logrado por fin batir la marca japonesa y se había zampado 60 tamales. El gringo no llegó ni a la mitad de eso y hubo que hospitalizarlo.

La hijita mayor que estudiaba en el colegio de las monjas, le preguntó muy asustada:

--Pero ¿cómo hiciste papi para comerte sesenta tamales?

--Muy fácil hijita --respondió orgulloso don Helí--: Los bajé con pan y gaseosa.

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Nota 1: El gringo que quedó de segundo, regresó a su país como un héroe después de dejar el hospital. En entrevista para CNN dijo que lo más difícil fue comerse las hojas de lechuga en que venían envueltos los tales tamales.

Otra nota: La tía Clara manda decir que agradece las saludes y las palabras de apoyo y también manda preguntar a la tribu que si están de acuerdo en que salgan sus cuentos en You Tube y que si ella se pasa para allá, que si ustedes la seguirían.

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