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Columnistas  |  13 mayo de 2021  |  12:00 AM |  Escrito por: Aldemar Giraldo

Un país arrodillado frente a un camión

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Aldemar Giraldo

Aldemar Giraldo Hoyos

Gran consternación siento al ver la Colombia de los últimos quince días; un país amarrado, secuestrado y lleno de tristeza; se conjugan dos eventos espantosos: la pandemia enfurecida y el encierro de la población; la imposibilidad de movernos, de transportar; el cierre de empresas por falta de insumos; la seguridad alimentaria al borde del abismo; la salud arrodillada en las carreteras y la fuerza de trabajo en el suelo.

No llegan las vacunas, los medicamentos ni los materiales quirúrgicos; las estaciones de gasolina con sus tanques vacíos, las tiendas con los estantes desocupados y los alimentos perecederos podridos en la vía; las ambulancias con su ruido característico suplican permiso para transportar a los moribundos, mientras el patrón de la finca se hace el sordo, el mudo o el bobo. Unos tiran para acá y otros, para allá; ninguno, en el sentido apropiado; la mayoría, por los desfiladeros.

Totalmente de acuerdo con la protesta; completamente, en contra de todo tipo de violencia, venga de donde viniere; cualquier golpe o cualquier tiro silencia al pueblo; el vandalismo empobrece y acentúa la miseria; sólo caen pobres y desfavorecidos; las tiendas y almacenes saqueados les pasan factura a los obreros y menesterosos; la carestía acentúa el hambre del pueblo y aumenta el dolor que han cargado a través de la historia. Toda alza de precio, consecuencia de la escasa oferta, hace estragos en el estómago de los niños pobres. Que paren los camioneros, están en todo su derecho, pero que no desconozcan los derechos de los demás: el derecho a la libre movilidad, a la salud, a la educación, a la vida, a la integridad física y a la libertad.

La violencia engendra más violencia y se origina un remolino del cual es difícil regresar; sin diálogo, estamos buscando el muerto río arriba; los ricos tendrán que ceder, las grandes empresas multinacionales y la banca deberán renunciar a muchas prebendas; los políticos tendrán que enderezar su camino y cambiar el discurso por el trabajo honrado, haciendo caso omiso de la corrupción que los ha envuelto siempre; ya es hora de que miren al pueblo en momentos distintos a las elecciones y que dejen de desangrar el erario público; el aparato circulatorio de Colombia no resiste más trombos ni infartos politiqueros. Es hora de una poda real en el Congreso, no se necesitan tantas corbatas ni salarios tan abultados. Que lleven del bulto como los demás.

A propósito, que los oportunistas den un paso al lado y permitan que la democracia fluya por todos los rincones, pero, sobre todo, que el subpresidente se cobije con la humildad y el humanismo de los cuales ha carecido. Como decía mi abuela: “No se puede pedir peras a un olmo ni pescar perlas en un pantano”.

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