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Cultura  |  03 mayo de 2021  |  12:00 AM |  Escrito por: Administrador web

Cuento: Juegos para el olvido y la fuga

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Este texto es inédito y se publica con autorización de la familia del escritor y poeta Gustavo Rubio, fallecido en el año 2020.

No es que no tuviera algo para hacer y se dedicarán a inventar metáforas y metonimias; tampoco que las posibilidades se hubiesen agotado y tumultos de nada rodearan las márgenes de sus vidas, sinsabores hechos argamasa y que de pronto utilizados con ingenio, transportarian la imagen de su desamor por casi todo, en ilusiones que variaran los diversos sentidos y acaso encontraran que, al fin y al cabo, no todo se hace en vano en esta vida.

Por eso optaron caminar separados, dormir en camas sin colchón, cada uno en su cama, respirar para otros y morir de envidia, levantarse temprano y cada uno a lo que hay que hacer, no decirse buenos días, ni buenas noches, ni cómo te fue hoy, decirse con los ojos lo único que en adelante los uniría, esto era amor, la ternura sin palabras, cenizas que el viento pronto dispersaría en átomos de nostalgia, y así era mejor, irse separando lentamente, nunca decir estás solo y desventurado, mucho menos tienes otro amor.

Hay una mujer en tu vida, nada, que la tristeza recorriera las calles y se fugara sola en los rostros, en los rostros de ellos como pareja, como no-pareja y como solitarios, que una lágrima brotara en cualquier parte por ti y ella la imaginara escribiendo la dirección de tanta soledad en un pedazo de papel arrugado, que la tristeza anduviera en los pasos, en los parques, en la sonrisa de los niños abandonados; si mil tristezas pudieran inventarse permitirle a un desconocido la vivencia, compartir con nadie algunas palabras de desconsuelo, no decirle “me estoy muriendo” para que nos salven o nos aconsejen, decirle que la vida es bella y vale la pena vivirla, jugar con el o ella a las adivinanzas y dejar claro que no nos gustan las duplicidades.

Que preferimos soñar a jugar ajedrez, que la soledad no nos importa ni la nostalgia, que somos libres y personas, que antes de llorar ya hemos llorado, y mucho, que preferimos la risa y la alegría y el beso que se da porque se siente, enseñarles que tu y yo nos hemos separado para nacer de nuevo y no sabemos si volveremos a encontrar, que no importa si nos encontramos porque, de todos modos, seremos otros y la cosa es volver a comenzar, así y poco a poco alejarnos de nosotros para ser otros, entonces ella lo verá como cualquiera, como alguien a quien le gustaría conocer y él esa bella muchacha que he visto hoy.

Los juegos tienen sus leyes secretas, acaso más rígidas y firmes que la lógica y el dolor; fue por eso que comenzaron a separarse de veras y los besos fueron falsos, las caricias no una necesidad de comunicar los temores y las dudas, sino el ejemplo del hábito, el sexo no el diálogo corporal y espiritual de dos amores, al contrario, de dos odios manifestados y dispuestos a sacrificar las promesas e ilusiones de la vida por las distancias y las ofensas; pero los hijos ¿qué hacemos con los hijos? Seguir aguantando las penas y encontrarse de vez en cuando yendo por ellos a la escuela, repartir los jornales, esto para el mercado, esto para vestido, esto y lo otro, esto para usted (un regalo), una sonrisa, gracias mijo o gracias mija, decir qué grandes están los niños, sí muy grandes y fuertes ¿vamos mañana al parque con ellos? Yo no puedo, llévalos tú, tengo mucho trabajo.

Ven de pronto que son dos extraños en la misma casa, ya no duermen juntos porque no se desean ni se aman, abrir los ojos desmesurados al saber que has llegado tarde y no quiero ninguna explicación, los niños te preguntaron y les dije que tenías mucho trabajo, ajá dice ella, ya se acostumbraron a no verme, algún día sabrán que no nos queremos y será mejor. El padre presiente que la ama un poco, ella, la madre, se olvidó de los detalles ínfimos, lava a los platos y barre el corredor donde los niños juegan con pelota al fútbol de salón, los domingos van a pasearlos por las calles para que los vean juntos y no sospechen los pelados, pobrecitos. En la semana han contratado una señora para que haga desayunos y comidas y lave los trapos de todos, la dejamos libre los sábados y domingos, hacemos nosotros esos días lo que hay que hacer, nos ponemos tareas, nos cuidamos de reñir o decir palabras fuertes, que los niños no sepan, les disgusta a uno lo que hace el otro, con los ojos se dicen nos servís para nada, imbécil, inmunda, mediocre, patisucia, tu madre, la tuya, a veces suena un golpe seco o una palmada oportuna; por favor sal a comprar una esponja que estoy ocupada, no puedo, ve tú, ¿no ves cómo estoy? Y el mostrarle las manos y el pantalón y la cara toda llena de angustia, y decirle no juguemos más que me estoy muriendo, hagamos las pases por Dios, dejemos de jugar por nosotros y por nadie más, el juego se hace intenso y yo te quiero tanto, temo en verdad me estés olvidando, ella mirando a penas como recordando que todo es un mero y nauseabundo juego, no es serio, ¿verdad? Ni siquiera el juego, y acercarse a él y acariciarlo como nunca y él decir te amo, voy a escribir por ti los mejores versos, ella volver a verlo como al otro que siempre amó, verlo, verla, verlo, verla, reír de nuevo, nacer para el mundo, morir para el olvido, impedir la fuga, cerrar las puertas y las ventanas y que no escapen los sueños ni las ilusiones.

Gustavo Rubio (1982).

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