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Cultura  |  21 marzo de 2021  |  12:00 AM |  Escrito por: Edición web

Cuentos del domingo: Flor de libertad

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“Tierra en armas que se hace mujer,

Amazona de la libertad” Félix Luna

Cuentos del domingo: Flor de libertad

 

Auria Plaza

En las cumbres de casi toda la sierra existían puestos de indígenas que con ojos de águila observaban cuanto sucedía en los pueblos, caminos o llanuras. Una hoguera visible en alguna altura, orientada en tal o cual dirección, encendida con maderas diversas, desde muy larga distancia avisaba lo que sucedía. Eran los telegramas del siglo XX y los WhatsApp del siglo XXI.

En cada valle, montaña, desfiladero, aldea se enteraron de que Doña Juana estaba a punto de dar a luz. Ya no era la mujer de facciones hermosas, de mirada dulce de cuando vivían sus hijos: Manuel, Mariano, Juliana y Mercedes en su hogar de Chuquisaca. Ni la del refugio de La Laguna, que, entre pelea y encuentros con los realistas, regresaba a restañarse las heridas y a cuidar amorosa a los suyos.

Tampoco la Pachamama. Ya ha dejado de ser esa imagen que los indios tenían de ella, cuando creían que era invencible. La madre tierra, a quien a su lado nada malo les podía ocurrir. La del espíritu indómito casi salvaje.

La lucha armada y la que tuvo con la naturaleza. La muerte de sus cuatro hijos y la dureza de la vida, si bien no habían doblegado su carácter de guerrera y su temple de amazona, mostraban las señales del paso del tiempo y habían debilitado mucho su cuerpo. Un embarazo mal cuidado, pues ya no tenía un escondrijo donde descansar, mal alimentada; siempre escapando, al mando de los hombres que todavía la seguían, enfrentando a los españoles, no era el ambiente ideal para parir.

Se desprendió del grupo y de su esposo, el general Manuel Ascencio Padilla; ellos tenían que seguir en la lucha. Acompañada solo de Haulparrimachi, su más fiel servidor (Hijo de una bellísima indígena inca y bastardo del gobernador de Potosí, odiaba a los españoles y desde muy joven había luchado al lado de los Padilla). Después de un día de cabalgar, las bestias estaban cansadas y ellos acosados por el frío y el hambre, tuvieron que detener la marcha.

Dos mujeres de raza aimara de las cercanías, alertadas por las señales, llegaron con viandas y ayudaron hacer el fuego. Ya Doña Juana empezaba con los dolores del parto. Fue una noche muy larga. La luna tímida no se dejaba ver, solo el temblor de las estrellas alumbraba las copas de los árboles. Recostada en uno de ellos ésta mujer valiente no profería ningún sonido, los monos aullaban por ella.

Las nubes amenazaban lluvia, el viento venía y se las llevaba. Un áureo hilo se tejía entre el follaje. Ya había llegado la hora. Doña Juana tomó su poncho y lo tendió a la orilla del riachuelo cristalino. La bruma azul en la montaña se desvaneció. Se oyó un grito profundo y era como si la tierra se abriese a recibir esta nueva vida, a un mundo de luchadores por la libertad y la igualdad.

Una mujer de cuna rica, criada como una princesa, quien recibió la más esmerada educación, que asumió un destino que no estaba previsto para ninguna mujer, en la mentalidad de la época estaba pariendo como la más pobre de las indias.

–Es una niña –exclama Doña Juana y alzándola al cielo–, en quechua exclama:

–Yusulpayki (Gracias).

Las indias empezaron a cantar o rezar, no se sabe con claridad, son voces quejumbrosas, inmemoriales de sus ancestros que han arrullado generaciones, para darle la bienvenida a una nueva flor. Mientras la madre la amamantaba.

No había tiempo que perder, envolvió a su hija en el aguayo a la usanza indígena, montó en su caballo que ya Haulparrimachi le tenía listo y partieron los dos para Tarabuco. En el camino son perseguidos por los realistas.

La Teniente Coronel Juana Azurduy de Padilla, con la recién nacida terciada a la espalda, los enfrenta y le arranca la cabeza a Loaiza, el comandante de la fuerza española, con el sable que un día le regaló el General Belgrano. Escaparon gracias a que algunos de sus hombres llegaron a ayudarles. Haulparrimachi, a la voz de Huañuyta maskaj ñocka riscani (Voy en busca de la muerte) se puso al frente, dándole la posibilidad a la mujer de tomar una mula de la recua y zambullirse en el río con su hija. La mula nadó con Juana y su beba en el lomo, hasta la otra orilla y se salvaron.

La flor del Alto Perú, como fue llamada por el pueblo, llegó a un rancherío y después de recuperarse, le dejó la niña, que llamaron Luisa, a una indígena aimara para que cuidara de ella, porque esta valerosa guerrera regresaba a la lucha por la libertad con su batallón que denominó “Leales”. Este grupo de hombres, eran como hijos. Ella preparaba la comida con la que los alimentaba, les repartía coca y les curaba las heridas. Pero no solo realizaba “tareas femeninas”, también los instruía militar y físicamente. Juana fue una más de las miles de mujeres anónimas que lucharon por la independencia.

Ya viuda, algunos caudillos tuvieron envidia de esa gloria femenina y comenzaron contra ella una hostilidad que la desalentó. Cuando Juana volvió a su casa encontró en ruinas lo que una vez fue una gran hacienda y una hija pequeña que no tenía más patrimonio que las lágrimas de la derrota.

– Tayka (madre) ¿por qué lloras?

–Por el destino de las mujeres en un mundo de hombres.

–La ichumama (madrina) dice que tengo que aprender a cocinar para encontrar un buen marido.

–Tú lo aprenderás si te gusta y también a tejer y bordar, eso sí, sin descuidar el estudio que es lo que más importa.

–Ichumama dice que soy muy contestona.

– No te voy a enseñar a callar y obedecer como lo hizo mi tía Petrona. Tienes que pensar por ti misma.

–Yo quiero conocer al general Bolívar.

–Los generales ya nos olvidaron, ven vamos a dar una vuelta. Los caballos ya están ensillados.

El Caimo, marzo 21, 2021

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