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Cultura  |  22 diciembre de 2020  |  12:00 AM |  Escrito por: Edición web

JAIRO A. ALVAREZ OSORIO: El ilustrador de sueños

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Gloria Chávez Vásquez

Colombia es un país de tesoros bien guardados. A veces totalmente ignorados. Afortunadamente no en el caso de un talentoso artista cuya trayectoria es digna de novela, porque en su alma vibra campante la narrativa gráfica, sea como símbolo o dibujo. Y lo mejor de todo es que, como autodidacta, creó su propio estilo, escogió sus propios maestros y el resultado es un artista original, que ama y dibuja a su patria y a sus congéneres con una chispa de humor que brilla más allá de las fronteras.

Uno de los ilustradores y caricaturistas más importantes de la generación colombiana del Boom, Jairo Álvarez Osorio vive la vida como el héroe de una tira cómica. Tan colorido e hiperbólico como sus ilustraciones y en particular la caricatura, con la que resalta lo mejor de su cultura. Con su imaginación y sus dibujos combate los desajustes de este mundo.

El arte de Jairo vive en el imaginario nacional, puesto que desde los años 80 sus ilustraciones han permeado el mundo de la política, el deporte, la tele y la farándula entre otros. Es el autor de los afiches de las selecciones desde 1989-90 cuando tuvo lugar el mundial de futbol en Italia; de campeones y torneos anuales del ciclismo; de los personajes de las telenovelas como Café con aroma de Mujer, Pedro el escamoso y Betty La fea, con la que ganó un Renault Twingo con el cómic de la misma serie. Algunos de esos trabajos se publicaron en álbumes de figuras coleccionables, otros en afiches, o en forma de cómic.

Jairo Álvarez no puede precisar cuándo ni cómo despertó a su vocación. De lo que sí está seguro es que el gusto por dibujar lo tiene desde que razona. Siempre vivió rayando el papel. Su objetivo cuando pinta es “hacerlo bien, tratar de ser el mejor”. Su lema es: “Perfección, perfección”. Sabe con certeza que hubo dos artistas del cómic y la ilustración que inyectaron en su alma su maravilloso estilo: el belga André Franquìn y el norteamericano Mort Drucker, fallecido hace poco. El primero un insuperable dibujante, creador de Marsupilami y Gastón Lagaffe y Spirou. El segundo, genio de la caricatura y el movimiento, ilustrador de las parodias del cine en la revista MAD, célebre por su humor satírico.

Jairo nació un 11 de julio de 1954, en Córdoba, Quindío, Colombia. Cursó estudios entre Calarcá y Bogotá, donde vivió 30 años y en la que asumió la carrera de ilustrador-caricaturista. Casado desde 1984 con Maria Elena Orozco, tiene, según él, la inmensa fortuna de tener tres maravillosos hijos: Ana María, Juan Esteban y Andrés Felipe. Los tres profesionales. “Mis amores están repartidos por igual entre familia y trabajo y me siento afortunado al poder sacar adelante a mis hijos a punta de dibujos y caricaturas”.

En 1982 obtuvo el premio Netzahualcóyotl que otorga el Instituto Cultural Domecq en México, por su portada de La Sirenita, la obra ganadora en ese concurso de literatura infantil. En 1985 trabajaba como caricaturista editorial en El Tiempo cuando viajó a Medellín para proponerle a Guillermo Zuluaga, Montecristo, el más famoso humorista colombiano, un cómic con las aventuras de sus personajes. El convenio se selló y el comic, producido y distribuido por la Editora Cinco tuvo gran éxito en 11 países de Centro y Suramérica. Otro de sus proyectos que cobró vuelo fueron sus “mapas vivos”. Así dibujó varias ciudades y pueblos en Colombia, Chile, Argentina y Republica Dominicana. En ese entonces no había computador y los medios virtuales no existían. Por esa época publicó su libro Dibujando caricaturas y los populares afiches ¿Dónde está Javier? al estilo de Where’s Waldo? Y en los que luego incorporó personajes y lugares nacionales. El original de esa ilustración corresponde a la Avenida Jiménez con carrera 10 en pleno centro de Bogotá, y que le fue robado de manera espectacular. “Recuperarlo casi me cuesta la vida”, cuenta Álvarez Osorio.

Jairo es ilustrador y promotor del Yipao, uno de los símbolos más queridos en el eje cafetero. El Jeep Willis, llegó a Colombia como mula mecánica después de la segunda guerra mundial; con su capacidad para domar la montaña y cargar toneladas de productos agrícolas significó un alivio para la vida en el campo. Los ingeniosos campesinos descubrieron multiusos, como las mudanzas, en las que cabían no solo los muebles sino la familia y sus mascotas. Desde los 70s se celebran las competencias regionales del yipao. Al caricaturizarlo, Jairo ha “procurado darle personalidad como si de una mascota se tratara.” Le tomó “cuatro meses lograr esa forma clásica de Willys, simpático, tierno y medio desbaratadito, casi humano al punto de transmitir empatía a quien lo mira”.

Siempre activo, aun en su retiro, Jairo cayó en la educación. 2017 lo dedicó a los estudiantes de instituciones educativas como La Casa de la Cultura donde impartió talleres sobre la historia y el proceso del café; la vida y obra de poetas y escritores; mitos y leyendas de la región; la arquitectura tradicional; los asentamientos Quimbayas y el Cacique Calarcá, uno de los héroes nacionales. Tiene en mente producir la historia gráfica sobre El Dorado Quimbaya, entre historia y fantasía. Hace poco diseñó 10 Charlas Gráficas en Facebook, la plataforma social para enseñar el arte de la caricatura. Sus alumnos reconocen en él, un ejemplo de motivación para los que aman el noble arte del dibujo y la caricatura.

En estos días de incertidumbre le ha declarado la guerra al Covid y a los que irresponsables, se convierten en agentes transmisores. Lucha contra la siembra de aguacate que drena el agua y afecta la palma de cera. “La función de la caricatura es criticar algo que no está bien hecho”, dice Jairo, y es por eso que sus personajes invitan a respetar y a socorrer a los ancianos, los discapacitados, como el Niño Mario que cumplió 86 años o como Chepito el Yerbatero ahora sin hogar debido a la pandemia. Dos de sus caricaturas, Marquito y Pastora la lorita defienden la vida y los recursos naturales. De ahí que junto a su esposa, Jairo cuide con esmero, el verde corredor, aledaño a la casa donde viven hace seis años y el cual adoptaron junto a cuatro árboles. En su Jardín Encantado acostumbra a pasear para renovar sus energías, viendo fluir por todas partes la vida vegetal con sus matices de tonos verdes, la maravillosa paleta de colores florales y el revoloteo de las aves, que como perros y gatos vienen espontáneos por su ración diaria. Hasta los árboles, Gigante y Desgarbado están protegidos. Abuelo, el árbol que al morir cayó encima de su casa, estuvo resguardado hasta que recibió “cristiana sepultura”.

Arraigado a su tierra cafetera que considera el verdadero Edén, Jairo Álvarez Osorio se define como una persona sensible, extremadamente tímido, que le huye a las reuniones, las fiestas, las aglomeraciones y que habla mejor con el lápiz. Aparte de su disciplina para el dibujo, no tiene una rutina definida. “Mi vida es elemental y conservadora”,afirma. Alejado de la pandemia, permanece en casa, donde también tiene su oficina. Allí sueña, imagina, inventa y dibuja. Lee literatura relacionada con el arte en general, preferiblemente la caricatura, historieta, color, perspectiva, historia del arte, los clásicos del renacimiento, los impresionistas y todo lo que le informe y le ponga al día. Confiesa que solo sale a caminar por las noches “alejado siempre del mundanal ruido”. Añade: “no me queda otra opción que entretenerme con lo que más me gusta y si a eso le añadimos que algunas veces me pagan por lo que hago, ¡resulta fascinante hacerlo y procurar que quede muy bien hecho!”

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