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Cultura  |  14 diciembre de 2020  |  12:00 AM |  Escrito por: Edición web

Sansón Melena

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(Un recuento bíblico)

Gloria Chávez Vásquez

(Colombia-EEUU)

El que con sabios anda, sabio se vuelve; el que con necios se junta, saldrá mal parado. (Proverbios 13:20)

Era este hombre que nació con una fuerza tremenda. Una fuerza que él y otra gente atribuyeron a su pelo, que era bastante grueso y fuerte, como él. Una cosa genética. El muchacho creció haciendo trabajos pesados, porque sus padres aprovecharon el milagro, para que los ayudara a mejorar la economía del hogar. Sansón dedicaba mucho tiempo al cuidado de sus cabellos. Frente a un espejo de bronce pasaba las horas peinando su larga melena. Eventualmente, cedió el privilegio a las mujeres de su casa y luego a las de afuera, pues era bastante generoso y no concebía que nadie pudiese perderse el placer de disfrutarlo tanto como él. La verdad, todas se peleaban la oportunidad de alisarle, lavarle, olerle el cabello. Él, como para agradecer el favor y la admiración, les hacía los trabajos que requirieran de su fuerza.

La fama de Sansón Melena cundió por toda la comarca y se extendió más allá de las fronteras. Los peluqueros de esa época hacían peregrinaciones para ver ese cabello tan divino y quedaban maravillados con la tersura, textura y color. Era algo así como para cortarse las venas.

Sucedió que los filisteos, enemigos eternos del pueblo privilegiado, oyeron el rumor de este individuo que había sido escogido por Dios para derrotarlos por la fuerza. ¿De qué otra manera? Y por señas y señales los espías comunicaron a los líderes que ese varón, que tenía el cabello exquisito, extraordinario y digno de peinarse con el filo de una espada, era el llamado a poner fin a sus días de gloria.

Pues los filisteos ni cortos ni perezosos, y sin perder ni un segundo, se pusieron a buscarlo. Le encomendaron, eso sí, para no levantar sospechas ni erizarle los pelos al escogido, la maquiavélica tarea a Dalila, una muchacha hermosa pero truculenta y vanidosa, que aparte no soportaba que nadie le hiciera competencia a su belleza, a su ensortijado cabello, ni aunque el rival fuera masculino. ¿Quién se creía el judío este?

¿Acaso tenía mejores raíces capilares que ella?

Aceptó Dalila atraer y seducir al melenudo. Oyendo que había vencido a no sé cuántos con la quijada de un asno, y que era hasta peligroso acercársele por detrás sin previo aviso, le envió un mensaje de que los filisteos tenían un torneo en el que participarían los hombres más fuertes del reino. A Sansón se le aconsejó que fuera a ver de qué se trataba, y allí fue corriendo para saber si estaban dando algún premio del que él no tenía noticia.

El premio, según se enteró eventualmente, era una cita a comer con esta seductora llamada Dalila. Y Sansón, que se jactaba de que a él no lo conquistaba sino la ira de Dios, aceptó el reto y en unas cuantas vueltas de demostración de fuerza bruta, salió campeón ante los asombrados pero maliciosos ojos de los que le tendían la trampa.

Sansón aceptó encantado la cita y esa noche se deslizó por la tienda de la traicionera Dalila. Cenaron, bebieron, comieron el postre, y fueron muy felices hasta bien entrada la madrugada, cuando ya ebrio, cayó al suelo. De la nada salieron ¿quién sabía? cuántos peluqueros ofreciendo toda clase de tijeras a la engañadora. Sin mayor obstáculo, pues varios hombres lo sostuvieron mientras ella procedía a trasquilarlo, Dalila dejó a Sansón sin su preciada melena. Ya pelado, los hombres condujeron a Sansón hasta un inmundo calabozo en donde procedieron a cegarlo, aplicándole unos hierros candentes en los ojos. Sansón no podía creer lo que le estaba pasando. ¿En qué momento había bajado la guardia? ¿Cuándo había caído presa de las redes de esta araña humana? Y, ¿qué había hecho él para merecer tan horrible castigo? ¿Cómo que era por ser el escogido de Dios? Y, ¿era que Dios le hacía esto a su gente?

Pues así pasó un tiempo queriendo morirse, pero sin saber cómo para no ir a cometer pecado, a la espera de que, a lo mejor, algún milagro lo liberaría de aquel dolor espantoso. De que quizás a Dios se le pasara el enojo por su orgullo, y de que… en fin… Durante todo ese tiempo lo pusieron a mover una rueda de molino, con un mundo de cadenas en sus tobillos, y las muñecas de sus manos atadas. Aguantando hambre y sed que no deseaba ni para su peor enemigo, Sansón empujaba ya sin fuerzas la infame rueda, oyendo solo los crujidos, sintiendo la humedad en sus huesos y percibiendo todos los malos olores de este mundo.

Un día Dios, al parecer, se apiadó y movió el corazón de los crueles filisteos. O quizás es que a pesar de todo, Dalila se había enamorado de él, a su manera. Así que, por sugerencia de ella, mandaron traer a Sansón para que los divirtiera en una fiesta. Cargado de cadenas, todos notaron que a Sansón le había crecido de nuevo la melena. Pero como ya todos estaban ebrios, no les importó. Y fue así como dijeron a los guardias que lo dejaran solo, a ver qué gracia se le ocurría. Pues ciego y todo, con la ayuda de un lazarillo, Sansón se dirigió a un par de columnas que sostenían el edificio donde celebraban la parranda filistea. Sansón se posicionó de tal manera que empujó las dos columnas con toda la fuerza que sus condiciones le permitían. La gente se rió, pues pensaba que aquel hombre que había estado prisionero por años y encima casi sin comer, y encima ciego, y encima todo sucio, ¿qué podía hacerle a dos sólidas y firmes columnas de un edificio? Por lo cual muchos empezaron a reírse a carcajadas por la pretensión de aquel guiñapo humano.

Pero parece que los arquitectos filisteos no eran tan buenos, porque las columnas se movieron y crujió el edificio. Y antes de que los fiesteros se dieran cuenta, las columnas cedieron y, de igual modo, el techo; todo aquel conjunto de mármol y piedra se vino abajo, aplastando a todo el que no pudo salir a tiempo del recinto.

Lo malo fue que en aquel colapso quedaron también Sansón y su melena. La leyenda no dice nada de Dalila, si

bien habría sido muy bueno que también hubiera quedado allí aunque fuera atrapada por unos días, para que supiera la condenada cuánto había sufrido Sansón por culpa de ella.

Los arqueólogos confirman la existencia de un individuo que murió en medio de unas ruinas cuando desenterraron lo que al comienzo pareció la peluca de una mujer. Tras cuidadoso examen, observaron que debajo de la capa de polvo y una pasta mezcla de sudor, aceite, y hasta de animalitos rastreros, tenía su tejido una araña milenaria.

¿Sería eso acaso lo que había quedado de Dalila?

De la colección de cuentos Depredadores de almas © Gloria Chávez Vásquez

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