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Deportes  |  14 diciembre de 2020  |  12:00 AM |  Escrito por: Edición web

El Deportes Quindío, que era de nosotros; ¿Ahora sí entienden por qué?

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Jairo Berrío Durán

Cuando mi mamá daba la orden, ya la estábamos esperando con ansiedad y mi papá, machista por excelencia, la acataba con sumisión y alegría. Era un domingo esperado por la familia Berrío donde con todos mis hermanos, numerosos por cierto, gritábamos alborozados, porque la orden impartida tenía un solo fin: ‘Todos al estadio San José, hoy juega nuestro Deportes Quindío”.

Nunca vi a una familia tan alegre y tan unida en torno a un mismo fin de alentar al equipo de la tierra. Pero era de nosotros.

Lo primero que hacía, era sacar mi bandera. Recuerdo que era más grande que yo y me costaba mucho trabajo enarbolarla y mi madre siempre atenta a mis movimientos de hijo y de hincha me decía: ‘Dale primero salida a tus sentimientos y ella se moverá solita” y, claro, como yo adoraba a mi equipo, los sentimientos me sobraban y en el estadio este pedacito de carne agitaba la bandera hasta el cansancio, que también desaparecía cuando mi equipo iba ganando. Pero era de nosotros.

Por orden de mi mamá, la familia viajó por todo el país, apertrechados en un viejo Willis modelo 48 que, como que también se volvió hincha del Quindío, porque nunca se varó y volaba por las carreteras polvorientas y en mal estado que por esa época circundaban nuestro país y hasta el pito del viejo Willis se adelantaba a emitir su sonido ruidoso y alegre avisando que la familia Berrío se hacía presente para alentar a nuestro amado equipo. Pero era de nosotros.

Me tocó ver jugadores como: Oscar frade, Sabino Bártoli, Orlando Larraz, Juan Vairo, Albeiro Cadavid, Julio Gómez, Alberto Taberna, Rosendo Magán, Alberto Antonio Coria, Hugo Promancio, El Toro Tamayo, Pedro Alzate Rozo, Alfonso Tovar, Edison Angulo, Daniel Tilger, José Zárate, Lorenzo Frutos, Alcides Saavedra, Hugo Gallego, Julio de la Hoz, Nivaldo Peixoto, Julio Manzi, Dario José Campaña. Y otros muchos que se me haría largo enumerarlos, pero que jamás los olvidaré, primero porque la familia con la matriarca liderando el viva y el aplauso para nuestro equipo era la unión espiritual más sublime que yo recuerde y además, porque cuando el partido terminaba sin importar el resultado, ellos, en un acto de sentido de pertenencia, hoy extinto en los jugadores de futbol, se reunían en la mitad de la cancha se quitaban la camiseta y la retorcían una y otra vez hasta sacarle la última gota de sudor, evitando con eso que los uniformes fuesen a la tintorería pues quedaban secas y listas para la próxima batalla. No era un acto demagógico, era puro amor, verdadero amor por los colores del sublime Deportes Quindío. Pero era de nosotros.

Dentro de la familia estaba uno que llegaría a ser integrante del equipo amado, mi hermano mayor Arnoby, quien debutó un domingo ante la expectativa del “clan” de los Berrío, ante el Junior, que traía en sus filas a un poderoso artillero brasileño ‘El diablo” Caldeira, pero las bendiciones de mi madre recayeron sobre el jugador en ciernes y ese día el nuevo cuyabro borró del San José, al astro brasileño.

Apoteosis total. El equipo amado ganó con autoridad y el mozalbete quindiano la rompió, augurándole un gran futuro. Pero era de nosotros.

Antes de morir mi madre me recomendó, ante mi insistencia de ser periodista deportivo, que luchara por nuestro equipo siempre diciendo la verdad que no permitiera que cayera en manos extrañas que tenía que ser nuestro hasta el final de los tiempos. Ya no es de nosotros y lo peor es que pareciera que no es de nadie. A nadie le importa el Quindío.

NO ES DE NOSOTROS.

Quienes lo manejan, hoy por hoy, lo ven como un negocio, lo arman para participar en un campeonato, no para competir. Al Quindío le va mal, pero a los que lo manejan les va bien.

Lo que más me duele es ver cómo poco a poco los actuales dirigentes con sus erróneas decisiones nos desarraigan poco a poco del equipo cafetero. Hasta los colores de la camiseta los han cambiado. Ya no aparece la V de la victoria en el cuello de la camiseta que lució cuando se coronó campeón del torneo colombiano. Nuestros hijos saben que nunca podrán defender los colores del equipo profesional, porque su ingreso está vedado por ser cuyabros y, además, porque sería quitarle el puesto a jugadores foráneos que no sienten la camiseta, porque vienen casi que obligados de tierras extrañas enviados por los nuevos dueños del onceno milagroso. Ya no es de nosotros.

La lucha aun no esta pérdida. Hay que seguir insistiendo y es lo que haré como periodista deportivo hasta el final de los días. No tengo nada personal contra nadie. A los dirigentes solo les pido un poco de cariño por que el Quindío no sólo es un negocio, sino un sentimiento que no puede volverse de la noche a la mañana un objeto comercial porque dentro de esa cara institución hay mucha historia compilada, escrita con lágrimas y dolor. Muchos cuyabros pusieron lo mejor de sus instintos regionalistas para conformar lo que para nosotros es un sentimiento y un amor verdadero, para que alguien venga con intenciones mercantilistas a pisotear con la complicidad de la clase política y parte de la prensa escrita y hablada de nuestra castrada mentalmente ‘sociedad quindiana’, un sentimiento tan bello, heredado de nuestros ancestros.

He recorrido todas las etapas con mi amado Deportes Quindío. Primero fui hincha de bandera, este pedacito de carne se paró muchas veces a la salida del mítico San José a la espera de árbitros como Mario Canessa, Omar Delgado y otros que, aplicando el tenebroso reglamento de ellos, propiciaban con determinaciones absurdas que mi mente juvenil desprovista de maldad no comprendía y aparecía como por arte de magia un penal en contra del que era mi equipo y perdíamos injustamente. Y mostrándoles mi poderosa bandera les soltaba un madrazo que me salía del alma.

Hoy, soy periodista deportivo y debo, por razones éticas, deslindar mis comentarios a lo estrictamente profesional, pero siento impotencia al ver cómo nuestro sentimiento ha sido vapuleado por mercaderes del fútbol.

Ahora sí, entienden ¿Por qué lo de mi lucha infinita?

Ahora, la orden ya no se da en casa, porque mi madre partió hacia el infinito, mi padre ya no va a la cancha y mis hermanos entendieron que el equipo ya no es de nosotros.

Yo seguiré luchando para que el Quindío vuelva a ser de nosotros. Si usted entendió el porqué de mi lucha, de todo corazón se lo agradezco y lo invito a que se una a la causa de manera pacífica, pero de forma contundente y sin tregua y así volver al estadio de manera masiva para alentar al equipo, pero el de nosotros no el de los usurpadores de sentimientos.

¿Ahora sí entienden por qué?

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