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Cultura  |  21 agosto de 2020  |  12:00 AM |  Escrito por: Edición web

El maestro Alberto Laverde viajó con su música al cielo

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Por: Rubén Darío Franco Narváez

Su corazón era un acordeón y dejó de latir a las once de la mañana del 19 de agosto del 2020. Se despidió en silencio el Maestro Alberto Laverde Betancur, en el Campestre de Dosquebradas, acompañado de su fuelle y diapasón que se negaron a respirar.

Por sus venas corrió la música y su corazón era un acordeón. En su cuna, Belén, con un sonajero calmaban su llanto. Los escarpines azules, adornados con campanillas se confundían, en su tintineo, con la risa melódica del chiquilín Alberto Laverde Betancur.

Su padre, Antonio, le regaló un peine de carey cuando tenía dos años de edad, y para sorpresa de todos, sin indicaciones de ninguna clase, lo adhirió a un plástico y comenzó a soplar sobre él hasta sacarle las dulces notas: glu, glu. De allí, en adelante ese era su juguete preferido y la diversión de toda la familia que profetizaban que sería un gran músico.

La vida en los pueblos campesinos es dura y todos sin excepción deben trabajar para poder sobrevivir. Con monedas, recogidas de los mandados, compró una dulzaina y de allí en adelante, con gran facilidad, interpretaba canciones infantiles y de baile.

JURÓ AMOR ETERNO AL ACORDEÓN

Después de haber cursado unos años en el colegio, trabajó como ayudante de bus y en un viaje a Medellín lo sedujo un acordeón; habló con “El zurdo Lucho” quien lo hacía sonar hermosamente, ese día viernes no almorzó, ni comió nada, le pidió al conductor que le prestará treinta pesos para comprar “el arrugado” (a partir de ese momento, así cariñosamente lo llama). Lo compró y se emparejó con él. Besos, caricias, aferrado a todo su cuerpo, mentalmente le juró amor eterno.

Preciosa historia de amor, donde Alberto Laverde Betancur y “el arrugado” eran una sola pieza. Alberto lo quiso como a su propia vida; lo hizo hablar cuando su corazón se lo pidió, gritó cuando un enamorado se lo solicitó, sollozó cuando las penas inundaban los ánimos, sonrió a los pasos del amor, y rabió cuando el destino golpeó los sentimientos.

Hermosa cronología de amor. La música ganándole la carrera al tiempo, donde un corazón de 85 años palpitó sincronizado a su acordeón. Alberto y “el arrugado” eran siameses y nadie los pudo separar, exceptuando a la parca que irrespeta la música.

UN HOGAR EJEMPLAR

Con la dama Lety Hoyos constituyó un hermoso hogar, para traer al mundo a Juan Diego, Jorge Alberto y Paula Tatiana. A todos los levantó con cariño, sin faltarles una sola nota, a punta de música. Aterrizó en Pereira e hizo famosa “La Flauta Mágica” donde se reunían los amantes de la melodía de arrabal. Tuvo éxito y la envidia de los competidores le cortaron las alas; le cerraron su negocio; pero levantó vuelo porque ya era conocido como EL CABALLERO DEL ACORDEÓN.

CON SU ACORDEÓN RECORRIÓ EL MUNDO

“El Caballero del Acordeón”, Alberto Laverde Betancur, viajó por muchos países, acompañando a renombrados cantantes; especialmente a intérpretes del tango. Nos deja una gran cantidad de grabaciones; entre ellas, acompañando con “el arrugado” a Víctor Hugo Ayala, Lucho Ramírez, Alba del Castillo, Olimpo Cárdenas, Óscar Agudelo, a su ya famoso hijo tenor lírico Juan Diego, a Luis Ramírez, Julio Jaramillo, Dueto de Antaño, Evelio Diosa, Los Celestes, el Grupo Calandria, Armando Moreno y Roberto Mancini.

Alberto Laverde Betancur, a los 85 años de edad, sin desprenderse de su amado acordeón, partió al infinito a las once de la mañana del 19 de agosto 2020, para unirse al Coro de los Ángeles.

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