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Cultura  |  12 julio de 2020  |  12:00 AM |  Escrito por: Robinson Castañeda

Toda gran crisis trae una gran oportunidad bajo el brazo

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Un texto de Roberto Caro Tribín.

Era habitual cada mañana contestar todos los mensajes que llegaban por WhatsApp a primera hora del día, a raíz de mis publicaciones en las redes sociales. Esa actividad podía comenzar a eso de las seis y la terminaba poco antes de las diez para salir a mi rutina de gimnasio, la cual me ocupaba hasta el mediodía de lunes a viernes.

Después de almorzar descansaba un poco y luego retomaba las tareas programadas según el día: continuar las lecturas pendientes del taller de literatura que, como a veces eran tantas y tan voluminosas, tenía que repartirlas durante la semana para alcanzar a terminar la mayoría, cuando no todas; asistir a mi ensayo de coro que ocupaba las horas finales de dos o tres días a la semana; escribir o revisar el material que publicaría al día siguiente en las redes, adelantar mis lecturas personales y, si alcanzaba el tiempo, compartir en familia un par de programas de televisión. Casi todos los fines de semana estaban dedicados a recorrer el hermoso paisaje del Eje Cafetero, disfrutar de su deliciosa gastronomía y de la espontánea calidez de su gente.

Pero llegó la pandemia y con ella el cese de actividades fuera del hogar por cuarentena obligatoria. Y, poco a poco, todo lo que era habitual para muchos… cambió. En nuestro caso no experimentamos un impacto directo o significativo sobre nuestras vidas, pero sí fuimos evidenciando sensibles cambios a nuestro alrededor. Las alarmas mundiales empezaron a dominar todos los escenarios de la tierra, y los números crecientes de contagios y muertes provocaron el cierre imperativo de oficios y actividades productivas, la clausura de comercios, el abandono de las aulas, el cierre de las fronteras y, finalmente, el confinamiento obligatorio de todos en el lugar donde se encontraran.

Esta pandemia cambió todo: el comportamiento y la actitud de la gente frente a la vida y la muerte; la percepción de las cosas, del ambiente, del tiempo. Incluso cayeron algunos paradigmas. Tuvimos que aprender a diseñar nuevas rutinas para rescatar las actividades necesarias, pero también tuvimos que abandonar algunas tareas que estando confinados ya no podíamos hacer. Y así, en ese descubrir lo que estaba pasando para poder entender el significado y el impacto que estaba teniendo en nuestras vidas esta ignota crisis mundial, conocimos el dolor y el rastro de muerte que trajo esta pandemia, y nos redujimos a una miserable condición de miedo y espanto que iba en aumento con las cifras de la tragedia que alimentaban la agenda noticiosa de todos los medios de comunicación y las redes sociales del mundo. Parecía que estábamos condenados a detenernos y permanecer encerrados por el trágico efecto de un invisible y microscópico virus que estaba cobrando miles de vidas humanas. Y es en este momento, viviendo este desastre, que hemos sentido como nunca antes la absoluta impotencia, la insuficiencia e invalidez que tienen la arrogancia, la soberbia y el fatuo poder de esta frágil raza humana. ¡Primera gran lección!

Tuvimos que convertir nuestros hogares en oficinas y en salones de clase. Nos vimos forzados a empezar a utilizar nuevos recursos, a aprender diferentes fórmulas y a manejar herramientas tecnológicas desconocidas para poder adaptarnos a esta extraña condición de encierro, a fin de lograr transformar lo habitual en lo práctico, en lo funcional, lo necesario para no desfallecer. Y en esa tarea, sin proponérnoslo, le dimos un respiro vital al planeta. El aire se tornó más limpio por ausencia de polución, las aguas de todos los recursos hídricos comenzaron a descontaminarse naturalmente; miles de especies animales han salido de sus escondites y ahora las vemos correteando y recorriendo esta tierra sin miedo a la barbarie humana, y sin aparente riesgo para sus vidas. Ahora brillan más los colores de la tierra y se perciben más fácilmente los aromas de las flores. Hay más alegría trinando por el cielo, y más pureza en el aire que respiramos. De este modo, la cuarentena nos ha traído a todos un feliz aprendizaje y una nueva oportunidad para vivir en un planeta más sano. ¡Segunda gran lección!

Ya completamos tres meses de distanciamiento físico y aislamiento social; poco a poco van empezando a reactivarse las actividades productivas, y hemos vuelto a las calles. Y eso está bien, es tiempo de recuperar la confianza y la libertad de movimiento para salvar la economía del país y encontrar estabilidad sostenible para millones de familias y de empresas que han sentido el inclemente maltrato de esta crisis. También es tiempo de reencontrarnos con los amigos, y de volver a sentir que estamos cerca. Pero no podemos bajar la guardia ni mucho menos descararnos, antes es preciso estar seguros de tener controlado al enemigo.

Ojalá esta inédita experiencia haya tocado nuestra puerta personal, y en el secreto de un susurro sabio e íntimo nos haya proporcionado la claridad necesaria para entender el importante y singular papel que juega cada uno en el nuevo escenario de esta tierra, nuestro hogar.

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