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Columnistas  |  29 junio de 2020  |  12:00 AM |  Escrito por: EL FLACO JIMÉNEZ

MEDÍTELO CONMIGO 17

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EL FLACO JIMÉNEZ

Por El Flaco Jiménez

¿Cuantas veces lo haces hijo? me preguntó el padre Arturín en la confesión y también quería saber cómo me la hacía. Le dije que normal y con eso quedó contento, o sea que él también se la hacía.

En la escuela, con las malas compañías, había aprendido varias maneras. La clásica: arriba y abajo con ritmo parejo, haciendo pausas cortas, para acariciar la cabeza con la yema del dedo pulgar, pero sin soltar la presa. Las variaciones eran con la cascara de un banano, con la pasta de jabón en el baño, con Mentolatun (arde un poco), con la mano izquierda (como si otro se la hiciera a uno), o empujándolo hacia abajo y doblando la punta para meterla entre las nalgas, imaginando que son las nalgas de otro, por supuesto.

El padre Marín en el colegio de Nuestra Señora, dio una sabia conferencia a los que ya teníamos la edad suficiente, nos dijo que era un vicio contra-natura, que su práctica asidua podría volvernos locos y que a todos aquellos que lo hacían frecuentemente les salía un pelo en la mano. Todos corrimos a mirarnos.

No volví a confesarme. Los curas se parecían demasiado a mi santísima madre, queriendo saber todo lo que pasaba por mis manos y por mi mente. Mi madre sospechaba que yo me la hacía en el baño. En realidad me la hacía en todas partes a través de un roto que hice en el bolsillo derecho de los bluyines, pero el sitio preferido si era el baño porque podía verme en el espejo.

Para curarme de esa peligrosa enfermedad, mamá pegó un afiche de Dios encima de ese espejo del baño. Como lo conté en mi novela Manizalados, era un ojo grandísimo dentro de un triángulo resplandeciente, como el que ponen en los billetes de dólar, y decía: DIOS TE VE. Mucha vergüenza me dio al principio, pero con el tiempo le cogí confianza y hasta me complacía ser admirado en toda mi masculina envergadura por el propio Creador. ¿Para qué tienes ese ojo tan grande, abuelito?

Yo pensaba ingenuamente que si Dios me había hecho a su imagen y semejanza, era porque también tenía su cosita, y si el ojo de dios era grande, cómo sería la cosita. Pero la Iglesia escondía esas vergüenzas (así le decían a los órganos sexuales) y hablaban solo de órganos decentes como el corazón de Jesús, el ojo de dios, la mano poderosa, el divino rostro, nunca jamás se ha visto una estampita de la divina verga, que debe ser una verga divina.

Un día en el baño se me fue la mano, literalmente hablando, y le cayó una gota al Altísimo en el ojo. Lo dejé ciego, pensé, mientras le limpiaba el divino rostro con papel higiénico, ¿Qué tal que mamá se enteré? De allí en adelante le daba vuelta al afiche contra la pared y cuando terminaba lo volvía a poner de frente. Mamá nunca pudo encontrar una prueba de mi pecado pues todos los chilguetes quedaron en la espalda del Altísimo.

Después del gusto venía el susto. Me sentía sucio, y me sobrecogía eso que llaman el temor de Dios: ¿Será que Dios va donde mamá y le cuenta lo que hago en el baño? Pero Dios era muy poderoso en esa época y no le rendía cuentas a nadie, ni a mi madre siquiera. Además, si Dios era solo un ojo: ¿Con qué boca le iba a contar?

Los tiempos han cambiado. Hoy se consideran naturales aquellas pobres y humildes pajas, y se les hace publicidad en los colegios. Auto-gratificación le llaman los sicólogos y uno de ellos, norteamericano, se ha hecho rico escribiendo libros sobre aquello que a mí también me hizo rico en la juventud. Hasta la OMS, según contó, Mario Lopez, la recomienda como desahogo saludable en estos tiempos de pandemia y confinamiento.

A mí me hicieron sufrir muchos los complejos de culpa. Y debo confesar que sufrí un trauma muy fuerte cuando me pilló mamá en el baño. Me había vuelto confiado y olvide cerrar la puerta con seguro y mamá por fin confirmó su sospecha de que tenía un hijo pajizo y aprovechó para amenazarme con las llamas del infierno.
Se me cayó la cara de vergüenza, pero le expliqué a mi madre que yo solo estaba siguiendo las recomendaciones de la OMS para sobrellevar el confinamiento. Por fortuna ya nos permiten salir a los mayores de setenta.

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