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Editorial  |  20 septiembre de 2017  |  12:00 AM

El desprestigio de las firmas

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Cuando Antonio Navarro Wolf salió de la guerrilla del M-19 y se vinculó a la vida civil y política como candidato a la presidencia de la República, escogió para su campaña un eslogan de la vida popular y cotidiana de los colombianos: ‘Palabra que sí, que en otros términos se traduce en ‘Póngale la firma’. Claro, en forma inteligente, su publicista cayó en la cuenta de que la gente en la calle, para hacer creíble y contundente una afirmación o un hecho, repetía ese lugar común: ‘Palabra que sí’, o ‘Póngale la firma’.

Ese ‘Póngale la firma’ no ha sido más que una visión notarial de buena fe, en el sentido de que es en la notaría donde se avala con la firma de las partes, pero sobre todo con la del notario, los grandes negocios, como también trámites tan importantes como el registro civil de nacimiento, esto es, la certeza de que usted existe para la vida civil y social del Estado, o, el matrimonio y otras circunstancias sustanciales en el trascurrir vital del hombre moderno.

‘Póngale la firma’ también representa el cambio de paradigma del valor de la palabra, que hasta no hace mucho era más importante que cualquier documento: ´Palabra que sí’. En política, la palabra ha sido mucho más importante que la firma, pues un buen política siempre hizo de la retórica y el discurso su principal herramienta, antes de que llegaran las mentes corruptas a comprar las conciencias, a pagar por los votos y a deslegitimizar la democracia.

Hoy, en Colombia, los políticos buscan avalar sus aspiraciones con firmas, atraídos por esa oportunidad que les dio la última reforma política de apartarse de los partidos y empezar con cuatro meses de anticipación las campañas, rompiendo de un solo trazo las reglas del juego y poniendo en desventaja a aquellos que prefieren ser candidatos por un partido. 

Sin duda, la aspiración a cualquier cargo público de elección por el sistema de firmas, se ‘perrateo’ completamente y, de paso, está condenando a la política y, por su intermedio, a la nación  y a la sociedad a la deslegitimación total. Las firmas nacieron como mecanismo de participación para aquellas personas que no pertenecían a los partidos políticos, sino a organizaciones sociales y que querían ser incluidas en la posibilidad de liderar los procesos de la nación y los territorios desde las corporaciones públicas o el gobierno ejecutivo. Sin embargo, ahora son utilizadas perversamente para ponerles conejo a la política y al país.

Es evidente que los partidos están en crisis, desprestigiados, con un gran número de sus miembros en la cárcel o en las salas judiciales respondiendo por corrupción,  por tanto los candidatos quieren zafarse esa camisa de fuerza tradicional en el país, liberarse y postular sus nombres por firmas.

Sin embargo, las firmas entraron en un desgaste terrible. Primero, representan el abandono de los partidos, que son piezas esenciales de cualquier democracia. Un partido político es el puente que integra a la sociedad civil con el gobierno, en los Estados democráticos. Su cierre, su terminación, deja la política en manos de individuos, de Mesías a quienes no les importa la sociedad, ni lo colectivo, ni el bien común, sino el puro y burdo interés particular. 

Y segundo, complican a la organización electoral.  Si todos van a aspirar a la presidencia de la República por firmas, además de las listas a Senado y Cámara, la Registraduría no va a tener el personal suficiente para contar esas firmas, confrontarlas, confirmar su veracidad y avalarlas, al tiempo que va preparando la contienda electoral, entre otras funciones. 

Una firma no se le niega a nadie, dice la gente, y pone su rúbrica en cuanto papel de aspirante presidencial o a corporación pública que le muestran por delante. Y esa actitud, demuestra el desprestigio de aquel viejo y valioso dicho popular: ‘Palabra que sí’, Póngale la firma’.

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