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Cultura  |  29 octubre de 2017  |  12:00 AM |  Escrito por: Robinson Castañeda

Un Sendero Lleno de Sueños

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Un Sendero Lleno de Sueños

Esta crónica hace parte del proyecto "Nostalgia a partir de imágenes". Una iniciativa de la tertulia literaria Café y Letras Renata.

Una crónica escrita por Ángel Ortíz

Entre luz y luz, entre soplo y sorbo se deleitaba el primer café en la mañana de aquella hermosa, pero tenebrosa navidad del 49. Se iniciaba el día en la molienda del señor Críspulo Garrido entre los trabajadores de confianza, no solo por el señor Garrido y su esposa, sino también por los demás de la cocina. Sobresalía entre todos, un mocetón rubio, corpulento, de ojos azules a quien todos llamaban el Míster, por su piel blanca y su metro noventa de estatura. Se llamaba Lorenzo Ortiz.

A pesar de la violencia bipartidista vivida en el país, sus ambiciones eran diferentes. Trabajaba desde el amanecer hasta el anochecer, pues le parecía la mejor forma de llevar el sustento a su madre y cuatro hermanitos que guardaban su esperanza en él y no los iba a defraudar.

Aquella navidad se disfrutaba entre tamales, dulce de papayuela, chicha de arracacha, yucos y bizcochuelos de achira o la parva hecha en un horno de barro. De pronto sus ojos azules se posaron en la femenina y delicada silueta. Tenía ojitos brillantes como un lucero, amplia y tímida sonrisa y él comenzó a llamarla Leonorcita. Tal vez sería por su pequeña figura o porque desde entonces la amó, como lo había hecho en los dos últimos años. Con el tiempo, solo bastaría un gesto del “Míster”, para ella saber que se encontrarían detrás de la vieja casona, al lado del montón de bagazo de caña.

Un día, Lorenzo con aire iracundo le dijo a Leonorcita:

–Amor, ¿Hasta cuándo nos vamos a esconder?… Yo me quiero casar con usté y si me toca enfrentarme al mundo, pues yo luhago, pero esto no puede seguir así–. Fijaron la fecha para el 24 de marzo de 1950, se dieron un tiempo para que Lorenzo reuniera el dinero de la boda y sellaron el pacto con un beso fugaz, pero muy significativo, mientras la mamá de Leonorcita, la señora Lucrecia Vargas, le daba cantaleta desde la cocina.

El día siguiente, 25 de diciembre del 49, como el señor Garrido acostumbraba a ofrecer a todos sus trabajadores y allegados una comida especial, mientras los primeros rayos de sol iluminaban el cañón de Las Hermosas, el Cerro de Calarma y las cuevas de Tuluní, entre los jolgorios de la fiesta, “el Míster Lorenzo”, acompañado por las guitarras del señor Garrido, José Bernate e Ismael Oviedo, entonaban canciones como La sombrerera o El bunde tolimense.

Todo estaba bien aquel día, hasta que Lorenzo abrazó a Leonorcita por primera vez en público y anunció las buenas nuevas:

– ¡Nos vamos a casar!…

– ¿Cómo? ¿Dónde? ¿Cuándo?,

Eran las preguntas de todos los presentes quienes al tiempo los felicitaban. Solo Lucrecia Vargas le reprochaba:

– ¡Esto no puede ser!... ¿Qué es lo que dice este juyero, aguarapado? Usted es criado con pura surumba, collarejo, chusmero… Usté lo que quiere es robarse a mi hija con ese pedazo de tiple viejo– gritaba mientras Nicasio Ortiz Leguízamo , su esposo, decía:

–Lucrecia… él es un buen muchacho y además es trabajador, yo no le veo problema.

Lorenzo, por su parte, decía:

–Me voy a casar con ella, quieran o no, y si no nos casamos, pues nos amancebamos y de eso ustedes son responsables”

Después de aquel día pasó el tiempo y Lucrecia Vargas se fue concientizando que Leonorcita ya no era una niña. Su hija, ahora se había convertido en una señorita que ya estaba en edad de formar un hogar, el hombre que la pretendía, como lo decía su marido, era un buen trabajador, serio y responsable, de tal manera que llegado el día de la boda, aquel 24 de marzo de 1950, la pareja se unió para siempre frente al Señor, haciendo votos para profesarse amor eterno.

en efecto, como lo dijo aquel día el señor cura que los unió, la pareja convivió más de sesenta y seis años, pues únicamente la muerte pudo separarlos, aunque todos estamos seguros, “el Míster” estará esperando a su Leonorcita, en el más allá donde se reunirán esta segunda vez, para toda la eternidad.

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